Pues si, salí de mi cuarto. Ayer, por la mañana se marchó Adela, a ver a su madre, que es Asturiana. Me quedé hecho polvo. Sumido en los recuerdos. Bien, voy a soltar todito, como diría Hidalgo. Después de lo que les está pasando a No-Faustino y a Andy creo que es lo mejor.
Todavía recuerdo aquella época. Era joven. Estaba en la trena (un centro de menores, en realidad). Pasaba los días buscándome la vida para conseguir un chute de lo que fuera: hacís, caballo, metadona, centraminas, pegamento... tranquimazín, Tranxilium, Nobritol Forte, cualquier cosa que oliera a medicamento me ponía.
Digo que recuerdo, pero en realidad tengo lagunas numerosas. Buscaba la salida donde fuera.
Los presos, teniendo en cuenta las tremendas diferencias que van de unos a otros, normalmente quieren ser oidos. Para eso hablan. Conspiran. Inventan. Prueban a pasar el aburrimiento de las formas más imaginativas que se les ocurran. Hay cosas más valiosas, otras menos. Una vez leí en un libro que el dinero es algo que surge espontáneamente en cualquier sociedad humana. Si no hay dinero de curso legal se inventa. Cigarrillos, café, cromos, sellos, drogas, favores. El dinero no debe ser algo de primera necesidad, se tiene que poder transportar y almacenar con comodidad, debe ser más o menos difícil de destruir. Debe ser valioso por algún motivo (real o imaginario)
Trapichear con cualquier "dinero" es algo demasiado entretenido. Teníamos una sociedad.
Digo que estaba recordando viejos tiempos, cuando sonó el móvil. Salir del cuarto ya había salido. Antes de esto estuve charlando con Hidalgo. Un tipo comprensivo. Era Adela. Estaba algo tensa, pero no por nuestra pelea. Había parado a poner gasolina y a pillar algo para el viaje. Se tomó un café. Estaba en el pueblo... aunque posiblemente la discreción sea ya inútil, no diré dónde estamos. Me dijo que estaba viendo, en ese mismo instante, en la calle, a un conocido de Madrid. Me dijo que era el mismo tipo que le había dejado poner un post en el blog desde su ordenador, un señor muy amable que tenía a su hija en el hospital.
En el talego, por supuesto, hay cosas muy sanas. Gente que se preocupa. No hablo de los entusiastas de dos minutos. Hablo de gente, incluidos muchos funcionarios y políticos que trabajan duro intentando hacer la vida agradable a los demás. Suele haber programas de reinserción, sobre todo para menores, como era yo. Programas que se apoyaban en asociaciones, por ejemplo, que procuraban dar una salida a los que andábamos perdidos por ahí. Ahora lo expreso de esta manera, entonces, para mí, solo era una salida más. Una manera de salir corriendo del hotel "las rejas".
Adela me dijo que fuera a ver, por si acaso le conocía de algo. Así que fui.
Yo fui uno de esos afortunados que pudo salir. Una asociación se ocupó de mi. El juez dio su beneplácito. Fui a un centro de desintoxicación. Yo era un caso bueno para la prensa, aunque nunca salí en ella. No tenía familia, estaba sumido hasta el fondo en la puré.
No dije nada a Hidalgo, pillé las llaves de su coche y a correr. Casi me da un soponcio cuando vi los mandos. Está adaptado para él, evidentemente. Pero el miedo me dio alas y astucia. Antes de llegar al pueblo, volví a llamar a Adela. Seguía en el bar. Me dijo que el tipo había entrado, en compañía de otros dos, en un super, en frente de donde estaba. Así que me di vidilla, pa que no me viera el jambo. Dejé el raca bien aparcado y pallá que me fui.
Me está saliendo argot. Mejor me lo dejo en casa.
Cuando se te quita de las drogas, el aspecto fácil es el físico. Mejor ni hablo de las tiritonas, de las cagaleras, de las convulsiones. Me pongo malo de pensar... Me dan ganas de volver a ser el burrito pinzero y dejarme de confesiones. Al tajo, que esto tiene su miga. El aspecto largo y complicado es que somos como niños. Medianamente dos años de reeducación no se los quitan a nadie, con un porcentaje de recaídas del ochenta por ciento, má o menos. Te dan la vuelta como a un calcetín. Pero, como dije por ahí, lo mío fue salir del fuego para caer en las brasas.
Llegué al bar de marras. Adela estaba sentada cerca del escaparate, esquinada en las cortinas, ya con tres birras vacías en la mesa además del café. Ahí que nos quedamos, mudos, mirando al super de enfrente. Yo soy un tipo pequeñito, uno sesenta, flaco, con camisa a cuadros y playeras. Salió el menda, con sus amiguetes. Lo conocí enseguida. Y yo salí detras, sin poderlo remediar.
En el centro teníamos nuestro propio "dinero" Pero aquí las cosas estaban finamente controladas. La moneda era psicológica. Nos metían su propio argot entre pecho y espalda. Nos reconstruían desde la base. Luego supe que nos hacían más cosas que un simple repaso psicológico. Aquello era un filtro. Una prueba de disciplina y astucia. Las charlas, la música, las lecturas, los temas. El tema era demasiado descarado. A los demasiado rebeldes se les echaba. A los demasiado conformistas se les utilizaba para sacar pasta miserablemente. Prostitución, mendicidad, cosas tristes, duras. Años después el cetro fue catalogado de secta. Se le retiró el apoyo de las autoridades. Hubo multas y cárcel para algunos. Pero yo no estuve en esas. A mi ya me había sacado Adelita. Y había sido de los elegidos.
El jambo estaba más viejo. Tenía canas y barriguilla, seguía siento alto, pero más encorvado, seguía siendo inconfundible. Anduve tras él, confundido entre la gente, hasta un aparcamiento municipal, al aire libre. Se subieron en un coche. Cuando me di cuenta de mi error ya era tarde. Estaba justo por donde tenían que pasar para salir, y yo me había quedado como hipnotizado. Antes de que pudiera perderme, para no ser visto, Adela, que me venía detrás, me tocó el hombro, y yo salté como un muelle. Tiré de codo y me dí la vuelta pegando. Menos mal que tiene reflejos. Aún así le tiré las gafas al suelo. Nos agachamos los dos a recogerlas, por instinto, y nos pegamos un cabezazo que no te cuento. Un niño se echó a reir, su mamá le regañó en franchute. Nos preguntó, amable. Ya era tarde. Cuando me quise dar cuenta, miré a la carretera. Estábamos en la acera y a nuestro lado se había parado el coche. Él nos estaba mirando. Sereno. Con una leve sonrisa. El semáforo se puso en verde. Aceleraron. Me fijé en un detalle. Perdían aceite. Dejaron una mancha en la calzada.
Esos tipos, aquella época... me hicieron algo. Había un círculo interno para el que la secta era una tapadera, una manera de poder usar métodos radicales en busca de sus objetivos. Estoy convencido de que estaba planeado que la desmantelaran, tras lograr un número suficiente de durmientes como yo. El objetivo era gente como yo. Se nos prometió un fin noble. No puedo hablar todavía porque no lo recuerdo todo. Tengo más lagunas de esa época que cuando estaba hasta las cachas de drogas varias. Íbamos a salvar el mundo. Éramos durmientes esperando despertar. Adelita me sacó solo en apariencia. Así ha sido hasta hace unos meses. Entonces comencé a sentirme verdaderamente libre. Ahora si que la he cagado.
Adela ha vuelto conmigo a casa de Hidalgo, pero no me habla mucho. No se muy bien qué será de nosotros.
Señorita Adela, si lee usted también este mensaje, permítame que haga de casamentero.
ResponderEliminarBrau la ha echado a usted mucho de menos (y yo también, ni qué decir tiene) Él no tiene la culpa de las cosas de las que se culpa, pero la confusión y ciertos trastes que le lanzaron a la cabeza le hacen sentirlo así. Por eso le explica a usted las cosas como que parece que ha hecho algo malo.
En brever van a venir los que le chingaron la cabeza.
Nos vamos a sentar y a hablar
Señorita Adela, hágame este favor.
Es tiempo de estar unidos.
Aclaro que este melón estaba dando al enter para enviar el comentario sin darse cuenta de que tenía a Adela detrás suyo, mirando. Vamos, que está aquí.
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