sábado, 24 de septiembre de 2011

Los Hijos del Caos.

Bajando por la vertiente Norte de los Pirineos, hemos comenzado a conocer verdaderamente a los Hijos del Caos.

Hemos tenido un viaje muy intranquilo hasta llegar aquí. Al principio la espada era inestable, Rodrigo dormía mal, y se encontraba agotado durante toda la jornada.

Nuestro primer encuentro con los Hijos del Caos, antes de las montañas, acabó en pelea. Eran una tropa de hombres, mujeres y niños, vestidos estrafalariamente, pero bien organizados y mejor armados. Teniendo en cuenta cómo se llaman, era extraño tanto orden, tanta disciplina.

Estábamos en una hondonada, en una carretera secundaria que atravesaba un robledal precioso. Los colores del otoño se comenzaban a formar en las manchas de hayedo que veíamos de cuando en cuando.

Aparecieron como de la nada. Nos rodearon, apuntándonos con sus armas. Nos pillaron completamente desprevenidos.

Pero Rodrigo sacó a Espiga de Arroz y todos se volvieron a ella, como hipnotizados, por un instante. Un instante es lo que necesita la mano vacía para actuar. Poco pudieron hacer tras perder la iniciativa.

Rodrigo se quedó rígido durante la lucha, con la espada desenvainada, como en actitud de ataque. Dice que hay momentos en que la lucha entre Brau y la sombra se recrudece. Parece que este fue uno de esos momentos. Nos ha contado que Brau trata de evitar que pruebe la sangre: el oráculo exige sangre, pero Brau exige antes vaticinios. La negociación, por el momento, está en un punto muerto.

Ahora nos encontramos en cónclave con los Hijos del Caos, en un pueblecito francés, de montaña. Es una agrupación grande. Nos llevó a ella una comitiva, que se acercó a nosotros en son de paz. Hidalgo nos aconsejó confiar en ellos. Escribo esto en la iglesia, que han vaciado de todos los símbolos cristianos, han hecho un altar con huesos y pieles. Encima, alrededor, debajo, por todas partes, han puesto imágenes de pitufos. Desde las figuritas típicas de Kinder Sorpresa hasta tebeos, posters, cds de música y dibujos burdos, hechos con sangre, barro y excrementos. Todo muy artístico. Sugerente. Encima del altar, junto con una daga ritual y un cáliz al que han quitado la cruz, hay una carta grande, una sota de espadas. Pero una de las cabezas de la sota tiene un papel que le tapa la cara, sobre el que hay pintado un retrato bastante bueno de Brau. La otra cabeza de la sota está completamente cubierta con rotulador negro.

Brau que todavía me visita muchas noches y que parece más consumido a cada visita.

Ahora vamos a reunirnos con la plana mayor de los Hijos. Hemos estado reposando todo el día. Todo el rato han estado llegando al pueblo más y más de ellos.

Ya os seguiré contando.

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Cuadrandoiro

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