miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los locos de la música y la espada.

Desde que estamos con el loco de la espada y su compañero el violinista, andamos muy entretenidos.

Adela, yo, Andy los compañeros de la mano vacía, los resucitados de no Faustino y una manada de caballos a los que conseguimos seducir gracias a algunos sacos de pienso y... no voy a revelar todos mis secretos eh... formamos una buena compañía por las llanuras castellanas.

El día en que supe dónde se encontraba Hidalgo, de viaje, estaba intentando penetrar desde fuera el laberinto de la Madre Tierra, esa herida tan antigua, y ver si podía ayudar de alguna manera a Rebeca y a los suyos. Hablaba con una especie de puñeteros pitufos. Imaginadlo, pitufa por aquí, pitufa por allá... un tostón. A veces los espíritus de la naturaleza toman formas tomadas de la imaginación humana, como una travesura de significado oculto para mi. Sobreimpresa en sus cuerpecitos azules veía lo que pudiera ser su verdadera forma: pequeños animales retorcidos, hechos de tierra y raíces, y de sangre latiendo en venas al descubierto.

Amanecía ya, y el tiempo se había dilatado desde el abandono de mi cuerpo, tanto, que habían pasado años, años de lecturas en bibliotecas perdidas aquí y allá. Años siguiendo pistas, y el rastro del laberinto.

Los pitufos guardaban el umbral del laberinto, el portal que formaban dos sauces con siete ramas, de las que salían siete ramas, de las que salían siete ramas más, de las que brotaban siete hojas y siete flores. Dos veces tres por siete, y de nuevo el dos en forma de hoja y flor: un misterio que ya nunca podré resolver, y la llave de la puerta, seguramente.

Harto de que me dijeran "no" de las maneras más enrevesadas, me di la vuelta, no sin hacer el signo de la buena espera. Sin educación no se gana nada, más que enemigos, por estos lares. Entonces vi un castillo al pie de una sierra. Un castillo brillante y luminoso.

Mirando de reojo me despedí lo mejor que pude de los espíritus y volé alarmado, y vi el castillo desligado de la visión que había tenido a la entrada del laberinto, tal y como estaba en ese instante. Manzanares el real, el castillo de los Mendoza, en la sierra de Guadarrama, al pie del Yelmo, una masa de granito redonda entre berrocales inmensos y pinos, y valles regados por diversos ríos. Y escuché una música.

Alguien sacudía mi cuerpo... el loco de la espada con sus ojos rojos de no dormir bien. Adela le miraba con una peligrosa benevolencia mientras me sacudía. Entretanto Andy tocaba el violín, y esa era la música que había oído.

Visto el post de Hidalgo, y mis vivencias de la noche, creo que ya se cómo armar una pequeña trampa para la sombra, si. Música y filo nos ayudarán, y una pequeña cancionceta que me sé, pues Hidalgo se encuentra encerrado en ese castillo.

Esperanzas, no tengo muchas, pero cuando la mente ha visto lo que hacer ya no queda sitio para quedarse ocioso entre el cielo y la tierra: acabamos de ensillar a los caballos, uncir el carro y empaquetar todo lo necesario para el viaje.

Si, todo el mundo dirá que se nos olvida un pequeño detalle sin importancia: nada menos que un vampiro. Pero todos los planes buenos de verdad, tienen algún pequeño cabo suelto, qué le vamos a hacer. Hasta que se resuelva, adiós compañeros.



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Cuadrandoiro

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