jueves, 20 de octubre de 2011

Rosario




Hoy sentimos aquel golpe inexplicable. Sentimos con él que la marea del mundo cambiaba, y que todos los acontecimientos se iban a precipitar.

Buscábamos de nuevo a los Hijos del Caos. Comenzábamos a padecer el frío, la lluvia. Los de la mano pueden soportarlo, gracias a sus técnicas de respiración, que les permite controlar la temperatura del cuerpo. Pero consumen más energías de lo habitual, y no es raro que tengan que comer seis veces a lo largo del día. Por eso nos paramos en un pueblo y nos pusimos a buscar algo de abrigo.

Ellos habían pasado por aquí, no había carteles sanos, ni señales en todo el pueblo.

En un cementerio, por el olor, encontramos una pila de cadáveres muy viejos ya. Estaban desnudos, y los animales no los habían tocado. Un enigma. Pero cerca, embutida en un mausoleo muy cuco, estaba toda la ropa de aquella gente. Cada tumba tenía una estatua de estilo romántico, vieja y gastada.

Nos estábamos probando prendas cuando llegó el golpe. Algo así como un alarido mental, un estremecimiento muy profundo. Me puse a pensar en Pilar. Y en Rosario... Rosario.

Rodrigo estaba de pie sobre una lápida bastante grande, vigilando los alrededores. Sintió el golpe, como nosotros, pero además añadió:

-Escuchad, me está hablando Brau... Pilar ha muerto. ¿Rosario? Si. Dice que esto ha sido cosa de Rosario.

-Ahora es el momento- dijo una voz. Las estatuas que nos rodeaban, las estatuas ya no estaban. Se habían desvanecido. -No os mováis -continuó la voz.

Era un tipo barbudo que había estado todo el rato a dos metros de mi, envuelto en la ilusión que alguien había conjurado. Un tipo grande, barbudo, canoso, muy fuerte y arrugado. Llevaba algo parecido a un gorro andino, de color blanco, y por la cara tenía tatuados multitud de arabescos azules. Tenía los ojos también azules. De su cuello, resaltando sobre la chaqueta, tenía colgado un circuito pintado de rojo. -Estáis en peligro-. Noté que no quitaba ojo a algo a mi espalda, pero no quería arriesgarme a dar la vuelta.

-Mira, mujer, el peligro no soy yo, sino Rodrigo.

Me fié de él, y miré. Rodrigo luchaba, con la mano en la empuñadura de Espiga de Arroz. Una lucha interior.

-¡Brau!- Grité. -¡¡Brau!!

-Ssssh... sssssoy libreeeee-, susurró Rodrigo, con otra voz. Entonces todo comenzó a pasar muy deprisa.

No puedo seguir escribiendo. Dice Aaarn, el anciano jefe de los Hijos del Caos, con los que volvemos a estar, que el mundo del espíritu ha cambiado. Rosario está haciendo algo en él, desesperada por vengarse de la muerte de Pilar.

Brau, Brau.

Estoy tan cansada. Mañana seguiré escribiendo, u otro día. O nunca. Adiós, hasta entonces.

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Cuadrandoiro

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